LA MAZMORRA

Estoy en lo más alto de un castillo. Dicen que fue construido ha más de seis centurias. Me rodea un espacio lúgubre, pestilente y enfermizo, sin una ventana ni un mezquino espejo para hacerme creer que creo estar presente. El techo es muy elevado, no obstante, padece de vértigo, se tambalea, caerá para aplastarme como a un insecto; la forma es cilíndrica, podría caminar aquí sin cesar sobre el eje del vacío, sin puntos cardinales, viendo la puerta cerrada sine die (como diría un maestro). Sin verme me desgasto, la memoria me recoge moribundo. Esta mazmorra, pese a estar hecha de impertérritas rocas, se desgrana, se desmorona, sin perder su olor a soledad y muerte. Ésta me acecha, estoy desahuciado. Cometen aquí la infamia de encerrarme junto a un mueble de anaqueles vacíos, sin siquiera un mísero libro para entretenerme. Me recuerdan que fui el más instruido de una colonia de esclavos, y que soy un esclavo que no llegó a ser liberto, agonizante en mi conciencia. Entienden que mi vida debe ser interrumpida por mi condición de ser inferior; yo mismo estoy barajando la posibilidad de quitarme la vida, alimentando ese deseo.

Años trabajé recogiendo frutas, aprendiendo a herrar caballos y acémilas, además del oficio de la albañilería... Años cociéndome en un declive, en una pérdida feroz de mis raíces, viviendo en mazmorras muy diferentes a ésta. Antes de ser raptado y convertido en esclavo, vivía con un señor, el maestro Arumu, quien era, es y será mi abuelo, alguien que supo fabricar una mandolina y darle vida como nadie, alguien capaz de recitar estrofas del Fausto, hablar de teologías y dar consejos. Arumu ponía cultura en boca de pobres y enclenques como yo, por eso soy algo ilustrado gracias a él.  Arumu fue noble predecesor de mi encierro; él fue metido en esta mazmorra y asesinado. Quiero honrar su muerte.

Pero en estos límites vivo y me siento acabado; necesito saber si realmente lo estoy, entonces comienzo a buscar motivaciones para disipar el suicidio de mi cabeza. Una podría ser destrozada a fuer de tesón y desesperación un trozo de pared para tener una ventana; de ese modo, podría tener ventilación y ver si hay un exterior. Otra, eludir la agresión, ser liberto, ser hombre normal, de a pie, y aprender a ser un buen tahúr, como lo era Arumu. También puedo hacer mención de otra razón más importante: participar en la abolición de la esclavitud.

¿Cómo salir de aquí? ¿Muriendo? Antes que me arrebaten la vida, fenezco yo en esta mazmorra. En varias maneras pienso. Colgarme en una horca, ahogarme, abrirme las venas, envenenarme bebiendo cicuta, y de ese modo se enfriaría mi cuerpo, tal como me contó Arumu que le acaeció a un antiguo sabio. Lo cierto es que estoy en la mazmorra pensando en adelantarme a la ejecución de estos amanuenses de la opresión, que quieren matarme.

De alguna guisa he de vencer el peso de esta mazmorra, imaginar que esa polvorienta estantería no me hará analfabeto. Mi voluntad y mi imaginación no están asfixiadas, pero lo demás, sí. ¿Qué es lo demás? La mazmorra que asfixia, que tal vez sea todo.

Empieza a mermar mi visión, me quedo ciego, soy derrotado por la oscuridad, que madura poco a poco, a la que pronto no reconoceré.

El pensamiento sigue siendo libre.

La mazmorra desprende señales de su edad longeva y mortífera. Como un hombre mentor murió antes aquí, y otros tantos antes que él, ha quedado comprometido el porvenir. ¿Para siempre?


Me preguntó Arumu:
 
-Di: ¿Acaso Troya fue rémora para la valentía de Eneas?

-No, no lo creo. Aunque...