LA BRÚJULA

Cuando el magnetismo de su aguja
se ejecuta de icástica manera,
las aguas de un río respetan un cauce uniforme,
nos orientamos hacia el Norte inalienable,
se ve más claro el turbio Destino,
se conocen las dos caras del dios Jano,
los dióscuros, antes separados, se reencuentran,
ergo Ulises divisa el caballo de Troya y su Ítaca magna
y Nausícaa desdobla su mar de crepúsculos.
¡La brújula funciona como heraldo del estro!
El día y la noche bruñen los equinoccios, regulan los solsticios,
las piezas de ajedrez pergeñan nuevas batallas,
la aguja, hierática, señala un oasis, tuerce rémoras,
otea el horizonte casi imperceptible,
induce sinapsis neuronales,
nos anticipa el reflujo de los mares.

Cuando la brújula se detiene
nos desdibuja y descompone una vía,
claudica nuestro sentido orientativo,
ya no hay guía ni Providencia ni ansiada parousía...

Cuando la brújula vuelve a señalar un punto clave,
columbran nuestros ojos una meta.

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